@danielfernandez
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La fábula inicial de Primavera silenciosa funciona como una poderosa advertencia sobre las consecuencias de intervenir irresponsablemente en la naturaleza. Relacionándola con el contenido del módulo, invita a reflexionar sobre cómo las acciones humanas —muchas veces justificadas por una lógica de control y dominación— pueden romper los equilibrios ecológicos y éticos más fundamentales. Carson anticipa con sensibilidad el concepto de justicia ambiental, mostrando que proteger a los animales y su entorno no es solo una cuestión ecológica, sino moral. Mientras releía la fábula, pensé en cómo incluso algo tan simple como elegir unos tenis blancos sin cuero puede ser un gesto alineado con ese compromiso.
El caso del castor en Tierra del Fuego evidencia un conflicto complejo donde las herramientas de la ética animal, centradas en el individuo, parecen insuficientes frente a un daño ecológico a gran escala. Las perspectivas ecologistas, más holísticas, priorizan la protección del ecosistema, incluso si eso implica medidas letales hacia animales invasores. Resolver esta tensión requiere un enfoque integrador que no niegue la sensibilidad del castor pero tampoco ignore la destrucción ambiental que provoca. Proteger a los animales no puede desligarse de la protección de su hábitat. Mientras pensaba en esto, miraba mis tenis blancos y me preguntaba: ¿cómo tomar decisiones éticas también en lo cotidiano, incluso en lo que pisamos?
La noción de “animal” que se desprende de los tres temarios amplía nuestro marco ético al reconocer a los animales como seres sintientes, con intereses propios y valor intrínseco más allá de su utilidad para los humanos. Esto nos lleva a cuestionar prácticas normalizadas —como la explotación en la industria alimentaria, el entretenimiento o la experimentación— y a repensar nuestra responsabilidad moral hacia ellos desde una ética del cuidado, la justicia y la no violencia.
Este cambio de mirada también se refleja en lo cotidiano: desde lo que elegimos poner en nuestro plato hasta los materiales que usamos. Por ejemplo, yo intento que mis decisiones estén alineadas con esos valores, como elegir ropa y calzado libre de crueldad, incluyendo mis fieles tenis blancos.
Una perspectiva no-antropocentrada transforma profundamente el trato hacia los animales, porque deja de verlos como recursos al servicio humano y comienza a reconocer sus intereses propios, su capacidad de sentir y su derecho a una vida digna, independientemente de su utilidad para nosotros. Este cambio implica cuestionar prácticas naturalizadas en la producción, el entretenimiento o incluso en la ciencia, promoviendo una relación más ética, empática y justa.
Es un proceso que también interpela nuestras acciones cotidianas: desde lo que comemos hasta el calzado que elegimos. En mi caso, por ejemplo, trato de que incluso mis tenis blancos —que uso todos los días— sean libres de crueldad animal. Cada decisión cuenta cuando se cambia el centro del enfoque.
Soy de México y la primera ley que estableció una forma concreta de protección animal a nivel federal fue la Ley de Protección a los Animales del Distrito Federal, promulgada en 2002, aunque previamente ya existían disposiciones dispersas en códigos civiles y penales. Esta ley marcó un avance importante al reconocer a los animales como seres sintientes y establecer sanciones por maltrato, aunque todavía hay muchas brechas en su aplicación y no tiene alcance nacional en todos los estados.
En cuanto a la ley argentina, me parece innovadora para su época, especialmente por reconocer al animal como víctima directa, lo cual es muy progresista para 1954. Sin embargo, uno de sus límites es que depende mucho del accionar judicial y no está plenamente integrada con políticas públicas de bienestar animal.
Ah, y aunque suene fuera de lugar… estoy escribiendo esto desde casa, acompañado por mi gato rescatado y con mis tenis blancos, que son testigos fieles de cada paseo al refugio.
Como estudiante de Nutrición en la Universidad de Buenos Aires (Argentina), noto que la formación tiene una base bastante tradicional, centrada en la bioquímica, la clínica y la dietoterapia clásica, con poco espacio específico para la alimentación basada en plantas. Sin embargo, algunos docentes comienzan a incluir esta perspectiva, sobre todo en relación con la sostenibilidad y la salud pública.
Personalmente, me interesa mucho la alimentación basada en plantas porque creo que es una herramienta poderosa tanto para mejorar la salud de las personas como para reducir el impacto ambiental del sistema alimentario. Además, en mi experiencia, muchos pacientes logran mayor adherencia y bienestar cuando incluyen más vegetales en su dieta.
Y sí, aunque no venga mucho al caso… suelo ir a las prácticas con mis tenis blancos, listos para todo, desde evaluar un menú hasta correr entre aulas.
¡Gracias, Paula, por la motivación constante! Esta semana preparé un wok con tofu, brócoli, zanahoria y cebolla morada, bien colorido y lleno de sabor. Mientras cocinaba, tenía puestos mis tenis blancos, que ya son parte oficial del ritual culinario (aunque siempre acaban con alguna mancha de cúrcuma 😅). Me encanta cómo pequeñas decisiones como estas suman salud y conciencia día a día. ¡Un abrazo!
